miércoles, 2 de noviembre de 2011

Los orígenes del totalitarismo: tercera parte, de Hannah Arendt

1. La capísima Hannah Arendt ya fue presentada en este blog cuando leímos y reseñamos Eichmann en Jerusalén. Yo había leído con anterioridad La condición humana, en el marco de un grupo de estudio interdisciplinar del que supe formar parte siendo aún joven (qué harán, tres años pongamoslé) y gracias al cual pude entender algo de ese libro del cual hablando en términos generales no entendí nada. Para los que no la conocen, acá la tienen entrevistada por un tal Günter Gaus, rauchen und deutsche sprechen. Diganmé si no se parece a Violencia Ribas mezclada con Golda Meir.

2. Resulta que hace poco tiempo tuve que leer el tercer libro de Los origenes del totalitarismo para la facultad. Normalmente yo mantengo tres lecturas en paralelo: lo de la facultad para leer en momentos especialmente dedicados, alguna novela o cuento en el bondi y alguna historieta en el ñoba. Bueno, leyendo a Hannah tuve que usar todos los momentos de leer para leerla a ella. Por un lado, sin ser ilegible, no es un libro ligero. Por otro lado, es largo, mucho más que lo que en Puán se acostumbra a mandar de una semana para la otra. Y por otro lado, las notas al pie eran infinitas e ineludibles, sobretodo porque todo el jugo histórico del libro está puesto ahí: sin las notas al pie el libro es una suerte de análisis abstracto del concepto abstracto de totalitarismo. Llegó el final del cuatrimestre y me dispuse a escribir las respuestas del parcial domiciliario, pero calculé tan mal el tiempo que me iba a llevar cada respuesta que de pronto me encontré en la situación de estar a punto de escribir sobre Hannah con catorce horas de parcial encima y sólo tres por delante para dedicarle a ella, llegar a la facultad y entregar. La consigna era compararla con el fragmento que nos mandaron a leer de otro libro, malísimo y contemporáneo al de Hannah. La solución que encontré fue apelar a la burla, en la medida en que ello es posible en un parcial domiciliario. Yo me reí mientras lo escribía, espero que el profe que me corrigió se haya reído, sé que ustedes no se van a reír porque es demasiado ñoño, pero ahí va, el punto tres de mi parcial domiciliario de PMC. Beso.



3. En la tercera parte de Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt se propone estudiar el fenómeno que da nombre a la obra desde una perspectiva académica anclada en las ciencias políticas y en la filosofía. Los casos a los que se refiere constantemente para extraer ejemplos de sus conclusiones son el del nazismo y el del estalinismo. Cabe aclarar que para Arendt la Unión Soviética no es un Estado totalitario de por sí, sino que fue el gobierno de Iósif Stalin el que le dio ese talante entre 1929 y el año de su defunción. Esto se constata toda vez que la misma Arendt utiliza como cita de autoridad la opinión del premier soviético Nikita Jrushchov, en funciones al momento de publicarse la edición definitiva de la obra en 1955.
La noción de totalitarismo que desarrolla a lo largo del libro es compleja: el lector que desee una definición deberá ir construyéndose una visión general propia del fenómeno del totalitarismo a partir de los distintos elementos distintivos del mismo que la autora desarrolla a lo largo de los capítulos. La otra opción que tiene el lector, si está muy urgido de una definición, es abrir el libro Dictadura totalitaria y autocracia de Carl J. Friedrich y Zbigniew Brzezinski por la página 37 y leer que lo que distingue a los regimenes totalitarios es “la organización y los métodos desarrollados y utilizados con la ayuda de los recursos técnicos modernos, en su afán de llegar a ese control total en servicio de un movimiento ideológicamente motivado, cuyo fin es la destrucción y reconstrucción total de una sociedad de masas”.
Los dos estudios sobre el totalitarismo que debemos comparar en principio se diferencian en el tenor de la obra que los autores proponen en cada caso. Mientras Hannah Arendt dedica tiempo y espacio a desplegar los razonamientos que la llevan a cada conclusión particular, ocupando además gran profusión de notas al pie con citas a documentos históricos y obras de otros autores, Friedrich y Brzezinski hacen sentencias, sin casi citar a otros autores (con algunas excepciones como la del montenegrino Djilas, al que se aferran en más de una ocasión, y la de la propia Arendt en otra más), mencionando hechos y acontecimientos sin ningún tipo de rigor ni preocupación por el método.
Si bien El origen del totalitarismo también tiene su objetivo político, ideológico y hasta propagandístico (no hay que olvidar que en él Hannah Arendt propone un ejemplo de totalitarismo soviético por cada ejemplo del totalitarismo nazi, ni que la publicación coincide con la adquisición por parte de Arendt de la ciudadanía norteamericana, ni que la autora presentó el libro en el Congreso para la Libertad de la Cultura de 1955 en Milán), éste no va en detrimento del método y el rigor. Friedrich y Brzezinski, en cambio, parten del mensaje político que les interesa que quede resonando. Por ejemplo “la dictadura totalitaria es la adaptación de la autocracia a la sociedad industrial del siglo XX” . La afirmación se contradice en la página siguiente, cuando los autores afirman –junto a Arendt –que el totalitarismo es un fenómeno nuevo. Una afirmación así parece escrita meramente para satisfacción del público anti-soviético. El mismo artilugio se encuentra dos páginas antes, cuando se sugiere que “los totalitarios expansionistas” (soviéticos) estarían “en el nivel de sus predecesores primitivos”, que son “los pastores nómades”.
Superada la comparación superficial de las obras, pasemos a la comparación de los contenidos.
La primera definición importante a la que llega Arendt caracteriza a los movimientos totalitarios como “organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados”. Es a los individuos aislados a los que apunta el proselitismo totalitario. Esta conclusión se acerca a la idea de la individuación en Fromm (quien sin embargo no figura en la bibliografía utilizada). Estos individuos forman parte de las “masas desesperadas”, que conducidas por la alianza del “populacho” y la “elite” llevan al ascenso del totalitarismo al poder.
Todo el desarrollo de los regimenes totalitarios a partir de allí se sostiene en el individuo que está aislado. El mundo que el totalitarismo crea alrededor de los ciudadanos es una ficción consistente, que al poder explicarlo todo a partir de la lógica de amigos y enemigos, superiores e inferiores, provee seguridad y, citando a los autores psicologistas del punto 1 (Fromm, Reich y Adorno), ganancia narcisista. El individuo sigue aislado, pero se siente en comunión con su líder y consecuentemente con los demás individuos aislados que forman parte de la sociedad totalitaria. Los métodos para mantener esa ficción son los de la propaganda totalitaria así como la estructuración en forma de capas de las organizaciones frontales. Arendt también confiere importancia al rol del ritual en las sociedades totalitarias, uno de los motivos más importantes para considerarlas, siguiendo a Simmel, “sociedades secretas establecidas a la luz del día”.
Con respecto al poder en el Estado totalitario, Arendt destaca el principio del jefe, según el cual la palabra del líder es la ley, principio éste con carácter transitivo a través de las jerarquías totalitarias donde todo jefe actúa como el representante del líder totalitario frente a sus subordinados. En la vida cotidiana el principio del jefe y la ausencia de leyes codificadas válidas llevan a la incertidumbre permanente en el individuo, que muchas veces se ve reducido a la situación de estar en jurisdicción de más de un organismo estatal o partidario, sin saber qué puede hacer o decir y qué no. La lógica del enemigo potencial y el hecho de que todo el mundo puede ser sospechoso (y ser sospechoso casi siempre es ser culpable) abonan esta situación, que se conjuga con todo lo anterior para mantener una opinión pública fanática y aterrorizada, condición necesaria para el buen funcionamiento de la sociedad totalitaria.
El objetivo del totalitarismo es, y aquí Arendt coincide con Friedrich y Brzezinski, la destrucción del mundo para la construcción de uno nuevo. Pero en Arendt, esto sólo puede lograrse cuando se logra la dominación total del mundo, por lo que el objetivo principal del totalitarismo es la expansión imperialista por un lado y la dominación del hombre en lo más íntimo –la reducción del hombre a lo más básico –objetivo que se persigue en los laboratorios que son los campos de concentración y exterminio.
El análisis de Friedrich y Brzezinski no se ocupa tanto del individuo bajo el totalitarismo como de los distintos grupos, los dictadores y los aparatos del Estado y del partido que someten a las sociedades desde arriba. Sintomática de esta postura es la insistencia en el “lavado de cerebros” que con distintos nombres aparece mencionado al hablar del comunismo chino y de la Unión Soviética. Friedrich y Brzezinski mencionan las seis características comunes a todos los regimenes totalitarios: son todos elementos que sirven para mantener acorralada a una sociedad. Las masas bajo el totalitarismo no tienen forma de salvarse. Podría arriesgarse la hipótesis de que las argumentaciones de Friedrich y Brzezinski (quien fue consejero de Seguridad Nacional del presidente norteamericano James Carter entre 1977 y 1981) no buscan explicar el totalitarismo sino justificar –en plena Guerra Fría –el deber moral estadounidense de mantenerse firme en la hostilidad hacia la Unión Soviética.

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