martes, 6 de julio de 2010

Chiapas: la razón ardiente. Ensayo sobre la rebelión del mundo encantado, de Adolfo Gilly

1.
Para la facu tuve que leer un libro y entregar una reseña. No es la primera vez, pero resulta que este libro ¡es re lindo! Es sobre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el levantamiento con el que se dieron a conocer el 1º de enero de 1994, el día que se inauguraba el NAFTA, mercado común norteamericano, por el cual los yanquis (y canadienses) se cojieron (un poco más) a los mexicanos, de manera violenta y sin forro. Subo esta reseña entonces. Hago la aclaración obligada de que es probable que resulte demasiado académica para este borgspot, pero si a alguien le interesa leerla está bueno, a mí me parece que me quedó bien. Hay cosas lindas del libro que no puse en esta reseña, como que el autor usa citas de literatura para explicar cosas: en un momento usa toda una carilla de Moby Dick para definir lo que entiende por "dignidad", por ejemplo. También hay muchos discursos del Subcomandante Marcos (que es un lulu) que no puse en la reseña, pero las pueden leer por todos lados así que no las voy a poner. Miren esta frase qué linda:
Un todavía-no-perdido hacia el pasado abre la puerta a un todavía-no-advenido hacia el porvenir, conforme a la función que Ernst Bloch asignaba a la utopía: "cultivar de nuevo todo el pasado y deliberar de modo nuevo sobre todo el porvenir".
Las notas al pie las pongo abajo de todo: las referencias serán los números entre paréntesis.



2.
Reseña crítica de Chiapas: la razón ardiente, de Adolfo Gilly

Adolfo Gilly (Buenos Aires, 1928, naturalizado mexicano) es un historiador y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México que actualmente reside en Coyoacán, Ciudad de México. Conocido activista político, Gilly estuvo preso entre 1966 y 1972 en el Palacio Negro de Lecumberri, cárcel famosa por haber albergado en su seno a personajes históricos como Pancho Villa y artistas mayores como David Alfaro Siqueiros o Manuel Rodríguez Lozano. Allí, donde Siqueiros adquirió “el don de rendirse a la pintura de caballete” y Lozano realizó su famosa pintura mural “La piedad”(1), Gilly desarrolló uno de sus textos históricos más importantes, La revolución interrumpida (1971). Actualmente milita en el Partido de la Revolución Democrática, dentro del cual trabajó como consejero del jefe de gobierno de la Ciudad de México, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, entre 1997 y 1999.
En Chiapas: la razón ardiente. Ensayo sobre la rebelión del mundo encantado (1997), Gilly aborda algunas de las cuestiones fundamentales que se desprenden de analizar el levantamiento y posterior devenir del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Su objetivo explícito aparece enunciado en la introducción: Gilly busca explicar cómo la interacción entre el movimiento neozapatista, el gobierno nacional y el grueso de la sociedad mexicana (la “sociedad civil”) modificó el curso y el discurso de ese movimiento, así como condicionó la reacción del Estado. Con ese objetivo presente, Gilly desarrolla diversos temas de la historia del campesinado mexicano y del agrarismo en ese país.
El libro se conforma de tres capítulos que podrían pensarse como tres breves ensayos, cada uno subdividido a su vez en partes. Una introducción y un epílogo unifican la obra. Asimismo, el conjunto se haya precedido por un poema de Guilliaume Apollinaire (“La jolie rousse”) que funciona de epígrafe y de cuya última línea (“Oh Sol este es el tiempo de la Razón ardiente”) surge el título del libro (2). A continuación reseñaremos cada uno de los tres capítulos, lo que nos permitirá observar la idea general de Gilly para ponerla en consideración frente a otras explicaciones del mismo fenómeno.
El primer capítulo se titula “La rebelión como cultura”. Podemos observar su idea principal en una oración del mismo: “(…) la rebeldía rural termina insertándose, en los tiempos largos, como uno de los modos de conformación y de existencia de la comunidad estatal mexicana” (3). Gilly recorre rápidamente la historia de los levantamientos rurales mexicanos desde el siglo XIX hasta 1994, para demostrar por un lado que hay una regularidad en las causas que los provocan, y por otro, que las formas de resistencia de los campesinos a estas causas regulares, están legitimados a ojos del resto de la sociedad. Gilly sostiene que los campesinos mexicanos apelaron a los levantamientos cada vez que el proceso de modernización llevado a cabo por la elite mexicana intento avanzar por sobre ellos, excluyéndolos y negándolos en tanto indígenas. Para explicar esto, utiliza el concepto thompsoniano de “economía moral”: los modernizadores agravian premisas morales, atacan el orden natural según lo concibe el pensamiento indígena y por eso la comunidad indígena se levanta. Se pone en juego la dignidad de la comunidad agraria, como veremos en el segundo capítulo. El autor toma distancia de lo que considera la mayoría de los cientistas sociales, aunque lo hace indirectamente, a través de una cita de Eric Van Young: “Es notable cuán pocos de los autores en cualquier forma explícita, tratan a la cultura como un ingrediente de la acción colectiva” (4). Es posible afirmar que Gilly al citar este comentario en realidad está tomando distancia de sus propias posturas de los años ‘70s. En efecto, el Adolfo Gilly que escribió La revolución interrumpida, libro basado en la teoría de la revolución permanente de León Trotsky, no es el mismo de Chiapas: la razón ardiente, en donde las explicaciones superestructurales no se encuentran supeditadas a otras estructurales y donde la cultura y la moral presentan el mismo grado de importancia que las cuestiones de clase. El tránsito no fue sólo teórico: el primer Adolfo Gilly militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (trotskista), mientras el de Chiapas… engrosa las filas del PRD.
El hecho que desencadena el levantamiento neozapatista es en última instancia la reforma del artículo 27 de la Constitución de 1917, ocurrido en 1992, al que se suma el ingreso de México al NAFTA el 1º de enero de 1994. Gilly utiliza parte del capítulo para resaltar la importancia de dicho artículo en el devenir de la lucha campesina (“el artículo 27 incluyó la lucha campesina por la tierra dentro de las normas constitutivas de la relación estatal”) (5) desde la Revolución Mexicana pasando por el cardenismo de los años ’30 y ’40 y hasta su reforma bajo el gobierno neoliberal de Salinas. El artículo 27, al tiempo que absorbió en la ley la rebelión agraria, amarró a la elite dirigente en un pacto con el campesinado: ese pacto se rompió con la reforma, y obligó a los campesinos chiapanecos (6) a movilizarse por sus derechos.
“El último resplandor de la revolución mexicana”, segunda parte del texto, estudia la historia de la rebelión indígena de 1994 en Chiapas, remontándose a la Revolución Mexicana de la década de 1910-20 y enfocándose en el desarrollo particular de esta provincia y de los factores que permitieron el surgimiento del movimiento indígena iniciado con las acciones guerrilleras del EZLN. Gilly describe el movimiento neozapatista como “el último resplandor” de la revolución de principios de siglo porque dice, haciendo referencia a su libro canónico de los ‘70s, que éste vendría a “cerrar el círculo de la revolución interrumpida” (7). Tanto en la Constitución de 1917 como en el cardenismo, los indígenas fueron incluidos en la Revolución sólo a condición de perder su propia identidad y “mexicanizarse”. Las comunidades indígenas en todo México sufrieron el menoscabo de su dignidad, entendido como economía moral. En Chiapas, que permaneció al margen de los grandes cambios de principio de siglo, perpetuándose así las relaciones coloniales entre indígenas campesinos y elite chiapaneca bajo una apariencia republicana, la verdadera Revolución llegó con el cardenismo. Esto produjo que las comunidades indígenas, aunque oprimidas, permanecieran como un núcleo resistente en su cultura que se incorporó al estado corporativista de Cárdenas como “comunidades revolucionarias institucionalizadas” (8). Un hecho decisivo para la conformación de lo que sería el EZLN fue la salvaje represión desatada contra los campesinos durante los ‘60s y ‘70s, que arrojó a miles a fundar nuevos asentamientos en la Selva Lacandona. Se mencionan como hitos otros dos hechos: el Primer Congreso Indígena de Chiapas de 1974, y las elecciones de 1988, en las que el hijo de Lázaro Cárdenas, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, despertó gran esperanza entre el campesinado que luego se resintió ante el fraude priísta. Estos acontecimientos, sumados a una serie de factores que por razones de espacio no desarrollaremos en extenso (9), explican el crecimiento de un movimiento indígena liderado por el EZLN que se manifiesta por primera vez anónimamente el 12 de octubre de 1992 y que el 1º de enero de 1994 protagoniza la espectacular toma de San Cristóbal que los hace conocidos ante la sociedad mexicana y el mundo.
Las últimas secciones del capítulo se dedican a analizar la cuestión de la recepción del levantamiento indígena en la sociedad mexicana, la “sorprendente convergencia entre un movimiento que declara la guerra civil y una sociedad que la rechaza, pero lo protege y legitima en las maneras y los matices más diversos” (10). Resulta muy interesante la explicación de Gilly a este fenómeno. Desde el “gesto simbólico augural” de los indígenas encapuchados tomando la ciudad de San Cristóbal, pasando por el nombre mismo de “zapatismo”, las demandas que piden el reestablecimiento de la Constitución y el lenguaje y los métodos utilizados en la comunicación de los rebeldes con la sociedad, el neozapatismo se legitima como eminentemente mexicano y pone sobre el tapete la cuestión de la identidad nacional. (11)
Por último, en “El espejo de obsidiana”, Gilly analiza el discurso de los zapatistas, en particular el de su principal vocero, el Subcomandante Marcos. El objetivo es ver “desde dónde habla, a quién habla y de qué habla esa rebelión” (12). Gilly argumenta que mientras es prerrogativa del Estado definir la cultura de la comunidad estatal mexicana, el discurso zapatista implica unas definiciones-otras sobre la moral y la ética, y allí está el eje en disputa. El Estado busca definir el discurso indígena como parte del pasado, y de esta manera darlo por superado: los neozapatistas utilizan ese discurso no como parte del pasado, sino más bien como algo presente y una propuesta de futuro, de “una modernidad-otra, donde todos quepan y nadie quede excluido”, como dice Gilly en el epílogo (13). Esa modernidad-otra desnuda el mundo encantado del pensamiento indígena, que persistió en México en esa identidad que la educación pública y la ciudadanización no lograron disolver.

Para concluir la presente reseña, traeremos a colación dos elementos de Chiapas: la razón ardiente que se han prestado a crítica. En el artículo de Gurbanov y Rodríguez, “EZLN, la ‘permanencia’ de la Revolución Mexicana”, los autores retoman constantemente a Gilly, tanto el de los ’70 como el de los ’90, para comentar o respaldar sus propias conclusiones sobre las potencialidades revolucionarias del movimiento indígena iniciado en 1994. Sin embargo, se diferencian del autor en un asunto: justamente, el de la “permanencia” de la Revolución Mexicana, tema que en el libro de Gilly aparece poco desarrollado o con poco énfasis a pesar de dar título al segundo capítulo. Para Gurbanov y Rodríguez, el levantamiento neozapatista y el “giro” que debe dar éste ante la reacción de la sociedad constituyen “una nueva forma que adopta la lucha del campesinado por la tierra, novedad que no cierra el ciclo de la Revolución Mexicana, sino que le imprime una nueva vuelta en espiral”. Para Gilly, en cambio, se trata del “último coletazo” de la Revolución Mexicana (14). Se aclara que para estos autores, el movimiento neozapatista es netamente revolucionario.
El otro elemento es el del enfoque culturalista, que llama la atención por lo intenso en todo el libro. Guillermo Trejo, profesor mexicano que actualmente ejerce la docencia en la Universidad de Duke en Carolina del Norte (EEUU), publicó una reseña de Chiapas… en la que critica fuertemente este aspecto del libro. Según Trejo, la explicación de la rebelión como un fenómeno esencialmente cultural no es convincente porque reduce las motivaciones individuales y comunitarias de los campesinos e indígenas chiapanecos al orden de lo sagrado. “La intencionalidad individual está ausente: los individuos no tienen ningún margen de acción ni alternativas. Es el mundo de las ‘necesidades’ históricas” (15). Por otro lado, Gurbanov y Rodríguez en el artículo ya mencionado, aunque desde un lugar menos sarcástico, también opinan al respecto: “…nos interesa resaltar el peligro de ponderar ese universo cultural como algo autónomo y con capacidad de explicarse por sí mismo. (…) nos servimos del ‘mundo cultural’ como elemento central en nuestro esquema de análisis, pero tomando al precaución de pensar al mismo como subordinado a los determinantes materiales que le dan sentido” (16).
El autor de esta reseña piensa que el peligro de las explicaciones de enfoque culturalistas existe sólo cuando quien lo utiliza piensa su explicación como total, como abarcando un fenómeno de manera absoluta. La reacción contra el enfoque culturalista al estilo de la reseña de Trejo parece por ende, sobredimensionada. Probablemente Chiapas: la razón ardiente… resulte insoslayable para cualquier estudioso de la historia de los levantamientos campesinos o cualquier interesado en el movimiento chiapaneco, comulgue éste en la corriente ideológica que sea.

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(1) “Artistas mayores habitaron Lecumberri, prisión en la que vivieron experienciasque marcaron su percepción. Uno, David Alfaro Siqueiros, el pintor muralista, descubre en el Palacio Negro la pintura de caballete. Preso político de 1960 a 1964, declaró al salir: “La prisión me ha dado junto a un patrimonio de experiencias humanas y sociales, el don de rendirme a las leyes de la pintura de caballete”. Otro pintor célebre, Manuel Rodríguez Lozano, preso en los años ’40, realiza un mural en Lecumberri, “La piedad”, obra a la que guardaban devoción los presos, le depositaban milagros.” Resulta interesante comparar la experiencia del trabajo de Gilly en prisión, histórico pero desarrollado sin fuentes y casi de manera artística, con las experiencias de estos dos artistas plásticos en la misma prisión. Extraído del documental El Palacio Negro de Lecumberri, de Julio Pliego. Trascripción del autor de la reseña.
(2) El motivo por el que Gilly se remite a ese poema se comprende recién en la página 110, al final del último capítulo, en un párrafo particularmente literario que transcribo a continuación: “Mi hipótesis, digo, es que la rebelión del mundo-otro, que estuvo allí desde siempre, tocó en la conciencia mexicana, en la peculiar e híbrida racionalidad donde se nutre su cultura, su modo de dar razón del mundo y sentido a la vida, la presencia persistente del mundo encantado por debajo y a través de la modernidad que todos vivimos y queremos, la inmanencia de la razón ardiente de la inteligencia humana antes y más allá de la razón instrumental del mercado y del Estado. “¡Oh Sol! Éste es el tiempo de la Razón ardiente”, escribió Guilliaume Apollinaire cuando el Novecientos estaba todavía en sus comienzos”. En Adolfo Gilly, Chiapas: la razón ardiente, Era, México D.F., 1997, p. 110. Subrayado del autor de la reseña.
(3) Adolfo Gilly, Chiapas: la razón ardiente, Era, México, 1997, p. 30.
(4) Eric Van Young, “To See Someone Not Seeing: Historical Studies of Peasants and Politics in Mexico”, Mexican Studies/Estudios mexicanos, nº 6:1, invierno 1990, pp. 133-59; citado en Adolfo Gilly, Chiapas: la razón ardiente, Era, México D.F., 1997, p. 27.
(5) Adolfo Gilly, Op. Cit., p. 33.
(6) Aunque describe las particularidades del campesinado chiapaneco, Gilly no explica en su libro por qué no es todo el campesinado mexicano el que se levanta contra la reforma del artículo 27 y el NAFTA.
(7) Op. Cit., p. 13.
(8) Op. Cit., p. 53.
(9) Algunos de estos factores, mencionados sin respetar un orden jerárquico, serían: la continuidad y el recrudecimiento de la represión, la alianza que fue conformando la oligarquía chiapaneca con el capital financiero nacional y trasnacional, el fin del corporativismo y el viraje hacia una economía liberal no subsidiada en la que sería imposible competir con los precios internacionales de las cosechas, el cese del reparto de tierras que fue anterior a la reforma del artículo 27, la formación de una nueva dirigencia indígena durante los ‘70s, la entrada a la Selva Lacandona de un pequeño núcleo sobreviviente de la guerrilla urbana ELN, etc.
(10) Op. Cit., p. 85.
(11) “De un solo golpe, la rebelión se había legitimado ante los mexicanos, en un país donde hasta la historia enseñada en las escuelas dice que la república se formó entre dos revoluciones de campesinos y de indios, de Hidalgo a Morelos y de Villa a Zapata”. En Op. Cit., p. 86.
(12) Op. Cit., p. 93.
(13) Op. Cit., p. 118.
(14) Andrés Gurbanov y Sebastián Rodríguez, “EZLN: la “permanencia” de la Revolución Mexicana” en Periferias, revista de ciencias sociales, año 9, Nº 12, Buenos Aires, 2005, p. 137.
(15) Guillermo Trejo, “Chiapas: la razón ardiente. Ensayo sobre la rebelión del mundo encantado” en Política y Gobierno, Volumen V, Nº 1, México D.F., 1998. Se lo puede consultar en Internet en la siguiente dirección: http://www.politicaygobierno.cide.edu/num_anteriores/Vol_V_N1_1998/rese%F1as.pdf, p. 4.
(16) Gurbanov y Rodríguez, Op. Cit., p. 155-156, nota 13.

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